“Si queremos que todo siga como está, es necesario que todo cambie” es la paradoja expuesta en la novela “El gatopardo” del escritor italiano Giuseppe Tomasi di Lampedus.
Así podríamos definir de manera contundente al tan mentado proceso de cambio que pregonó el Movimiento al Socialismo, el Movimiento Sin Miedo y su Movimientos Sociales, y que los llevo a la toma del poder político nacional.
¿Cuál es la diferencia entre las elites tradicionales que gobernaron el país y este proceso de cambio?
Después de la recuperación de la democracia y el fracaso de la izquierda popular, se hicieron del poder elites que usaron el poder político para beneficio de unos cuantos, con débiles respuestas a la pobreza y a las desigualdades sociales, económicas y políticas, olvidando el verdadero sentido de la política.
Durante estos gobiernos, dos o tres personas decidían quienes eras parlamentarios, a través de ellos decidían quienes administraban la justicia y también designaban autoridades de la Corte Nacional Electoral, el Ministerio Público, designaban a los Prefectos y a los candidatos a Alcaldes y Concejales, y obviamente ellos eran los candidatos presidenciales. La política se convirtió en una mala palabra y el quehacer político poco a poco se fue desplazando hacia las calles, reclamando un cambio de actores, pero también de conducta.
Hoy el poder está concentrado también en pocas manos, y el discurso de gobernar obedeciendo al pueblo o mejor aún el gobierno de los movimientos sociales, no ha dejado de ser un slogan que nunca se ha dado en la realidad. Ahora ya no son dos o tres, es uno… si uno que decide todo, cual rey o emperador. Y es más no solo los designa, sino que además acusa, juzga y sentencia a cuanto ose cuestionar este poder.
Las cuotas de poder ahora se distribuyen entre dirigentes de movimiento sociales o sindicatos afines al gobierno, replicando las prácticas de nepotismo, corrupción, ineficiencia, impunidad, abuso del poder y menosprecio a las minorías electorales.
La toma del poder se ha convertido en el fin, en vez de ser el medio de transformación de la realidad del país y sus ciudadanos. El hambre de justicia, el hambre de libertad, el hambre de igualdad, el hambre de soberanía, el hambre sobre todo hambre no ha sido satisfecha en lo más mínimo replicando las prácticas que llevaron al colapso al sistema político coptado por las elites tradicionales.
Y entonces, ¿en qué quedo el proceso de cambio? Como dirían vulgarmente en mi tierra, resulto siendo la misma chola con otra pollera.
No es extraño ver manifiestos de gente ligada al gobierno que reclaman la recuperación del proceso de cambio para curar su ch´aki intelectual, y así deslindar su responsabilidad en los resultados desastrosos de esta gestión de gobierno. O escuchar a analistas políticos hablando de la fallida hegemonía del partido de gobierno y su divorcio con la realidad del país.
Con el Movimiento al Socialismo y sus aliados estaremos cerrando un capítulo negro de nuestra historia, cuyo sistema político prebendal, caudillista y por ende centralista fracaso en la construcción de un Estado fuerte capaz de asumir la responsabilidad de construir una sociedad incluyente y justa.
Lo cierto es que nada ha cambiado… por lo que habrá que construir un nuevo paradigma de país, con una agenda sobre la lucha contra la pobreza y la desigualdad, el desarrollo económico sostenible, la construcción de una institucionalidad estatal descentralizada al servicio de la ciudadanía, eficiente en la satisfacción de sus necesidad básicas, con liderazgos con responsabilidad social y capacidad de gestión, y con su mirada puesta en el futuro.
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