Hace más de dos mil años, se escribió un parteaguas en la historia de la humanidad a partir del nacimiento de Cristo; el hijo de Dios para nosotros los Católicos, que dividió los hechos del mundo en antes de Cristo (a.C.) y después de Cristo (d.C.). A lo mejor es un tanto pretencioso, igualar lo que nos está ocurriendo con el Coronavirus o COVID-19, con semejante suceso histórico, pero les aseguro que sin duda habrá un antes del Coronavirus y un después del Coronavirus en la historia reciente del mundo.
Cosas tan naturales como salir a la calle, subirse a un transporte público, relacionarnos directamente con nuestros familiares, amigos o colegas, darse un apretón de manos, un abrazo o un beso, ir a un mercado, a un bar, a una fiesta, a un partido de fútbol, a un concierto, sin el miedo de un posible contagio parece que quedarán en el recuerdo o cuando menos tendremos que tomar algunas medidas como usar un barbijo, lavarnos las manos con jabón con frecuencia y mantener la distancia social si queremos hacer algo parecido a lo que hacíamos antes.
Y no es que antes no haya habido peores pandemias; la influenza AHN1 (2009), VIH/SIDA (1980), la gripe asiática y de Hong Kong (1958/68), la influenza (1918) entre otras, pero a pesar que insisto que el mundo siempre estuvo globalizado y que lo único que ha variado es la velocidad en la cual se comparte la información, las enfermedades y las noticias, hoy a pesar de tener más información; casi en tiempo real, tenemos como nunca más miedo a la muerte y a las consecuencias económicas que serán devastadoras en especial para algunos sectores.
Y no sólo han cambiado las cosas absolutamente comunes y aparentemente intrascendentes, si no también nuestras relaciones personales y profesionales, nunca antes habíamos pasado tanto tiempo en nuestras casas (los que estamos siguiendo la cuarentena) teniendo al mismo tiempo que resolver comprar los alimentos (con las limitaciones propias de la emergencia sanitaria), preparar la comida (desayuno, merienda, almuerzo, cena, etc.), lavar los trastes, lavar, secar y planchar la ropa, limpiar y ordenar la casa, atender a los hijos o a nuestros padres, ahhh y casi me olvido también tenemos que trabajar. Y de repente no hay separación entre ninguna de todas las labores, porque todas ocurren en el mismo espacio y tiempo, o por lo menos eso parece.
¿Y cómo ha cambiado el trabajo? Pues el celular, la computadora y una buena conexión de internet se han convertido en las principales herramientas de trabajo, y si antes era imprescindible viajar para una reunión importante, ahora ya no lo es tanto porque llegó Zoom, Meet, Teams, Webex, Skype o cualquier otra aplicación que nos permite tener una videoconferencia entre varios colegas que además comparten sus documentos, presentaciones, aplicaciones o pizarra para negociar “in video”.
¿Y la escuela? Pues resaltó como nunca las diferencias entre la educación pública y la privada, donde el factor más importante es que, en una la constante es el pero y en la otra el como; diferencias que prometo será motivo de otro artículo. Lo único que quedo claro es que la ilusión de la igualdad en la educación quedó absolutamente destrozada, porque mientras en las escuelas privadas (inicial, primaria, secundaria o universidad) siguen pasando clases virtuales con toneladas de tareas para “justificar” el trabajo del docente y por ende su paga, en las escuelas públicas los alumnos, al igual que sus papás, están ocupados en subsistir a la crisis, porque en la mayoría de los casos sus ingresos dependen del día a día con fuentes de empleo temporal o de autosustento.
Lo cierto es que las cosas no son ni serán iguales y siempre recordaremos (nuestra generación) un antes y después del COVID-19.
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