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  • Las redes sociales: El nuevo patíbulo del siglo XXI

    Patíbulo del Siglo XXI La historia del castigo público siempre tuvo dos ingredientes centrales: el escarnio y la audiencia. No se trataba solo de sancionar una falta, sino de hacerlo frente a todos para reforzar un orden moral. Hoy el escenario cambió, pero la lógica se mantiene. El patíbulo ya no se levanta en una plaza, sino en una pantalla. Las redes sociales se han convertido en ese espacio donde cualquiera puede acusar, juzgar y ejecutar una reputación en cuestión de minutos. No importa la prueba, solo la emoción del instante.   En estas plataformas la verdad pierde terreno ante la velocidad. La acusación inicial suele llegar sin contexto y con la facilidad que da un dispositivo en la mano. Una captura, un fragmento de video o una frase aislada bastan para encender una hoguera digital. Lo que viene después ya no es debate, sino reacción. La corriente emocional avanza con inercia propia y la conversación se vuelve una carrera por condenar antes de entender.   Los algoritmos potencian este fenómeno. No son neutrales y responden a la lógica de la atención. Premian lo que genera impacto, y pocas cosas impactan más que la indignación. Así se forman burbujas donde cada usuario recibe solo lo que confirma su postura. La discrepancia se siente como una amenaza. Se instala la idea de que opinar distinto equivale a ser enemigo.   La aparente distancia emocional y el anonimato facilitan la deshumanización. Es sencillo emitir juicios o comentarios que no se harían en persona, ya que el acusado se reduce a un avatar, perdiendo su condición de individuo y convirtiéndose en un símbolo susceptible de ser atacado por la multitud.   El ciclo de condena en redes sociales suele seguir un patrón: una acusación inicial, una ola de indignación, exigencias de castigo y, finalmente, el silencio. La reputación del acusado, independientemente de su culpabilidad, puede quedar gravemente dañada, y en muchos casos no existe reparación posible.   Cualquier persona puede verse expuesta a este proceso, no solo figuras públicas. Basta con expresar una opinión que desafíe la corriente dominante o cometer un error para convertirse en blanco de la presión social, lo que puede llevar al silencio y a la polarización del diálogo.   Las redes sociales también han distorsionado la idea de justicia. Hoy un comentario malinterpretado puede pesar más que años de conducta ejemplar. La reacción colectiva suele imponerse sobre la verificación. La emoción reemplaza al análisis y la consigna desplaza al argumento. La justicia, si quiere seguir siendo tal, necesita pausa y evidencia. Las redes ofrecen lo contrario.   Las plataformas tienen responsabilidad en moderar sin arbitrar caprichos, pero los usuarios también deben asumir la suya. Recuperar proporción, contexto y empatía es indispensable. Pensar antes de compartir. Escuchar antes de condenar. Hay que recordar que detrás de cada pantalla hay una persona, no un estereotipo listo para ser golpeado.   Salir de este ciclo exige valentía. No para gritar más fuerte, sino para dialogar sin miedo. La verdad no se define por votación y el desacuerdo no debería ser motivo de destrucción pública. La tecnología seguirá cambiando, pero el reto principal es humano. El siglo XXI necesita ciudadanos capaces de debatir con respeto y reconocer la dignidad del otro incluso cuando molesta o contradice.   La tecnología seguirá evolucionando, pero el reto principal es humano. Las redes sociales pueden ser espacios de diálogo si se renuncia al impulso de castigar sin escuchar. El siglo XXI necesita ciudadanos capaces de debatir con respeto y reconocer la dignidad del otro, incluso en la diferencia. Columna originalmente publicada en eju.tv , rimaypampa , público.bo , IN Noticias , La Razón , Asuntos Centrales , Econom y y EnfoqueNews .

  • ¿Y si todo es falso?

    Cada revolución tecnológica reorganiza nuestras certezas. Toma un recurso escaso, lo convierte en abundante y, al hacerlo, vuelve escaso algo que antes dábamos por hecho. La imprenta democratizó el texto, la cámara hizo lo propio con las imágenes, internet eliminó las barreras de distribución. Ahora, la inteligencia artificial ha llevado ese ciclo un paso más allá: producir contenido —texto, imagen, video o audio— dejó de ser una tarea humana exclusiva. Hoy, lo que escasea no es la información. Es la confianza . IA creando textos, imagenes y videos Nunca fue tan fácil generar algo que parezca verdadero. Con unas pocas instrucciones, una IA puede escribir una crónica, simular una voz, crear una fotografía ficticia o hacer un video que reproduce una realidad inexistente. El contenido, por sí mismo, ya no garantiza autenticidad. La calidad de lo que vemos ha dejado de ser un indicador de su origen. Entramos en la era de la inflación informativa: cuando lo artificial se vuelve indistinguible de lo real, lo real pierde valor. Y si antes la pregunta era “¿esto es interesante?”, hoy la pregunta urgente es: “¿esto es confiable?”. La confianza se ha convertido en un bien escaso y, por tanto, estratégico. Instituciones, medios y marcas compiten no solo por atención, sino por legitimidad. Y en medio de este cambio, las redes sociales juegan un rol clave —y no precisamente para bien. Vivimos dentro de burbujas algorítmicas que filtran la realidad según nuestras preferencias. Lo que vemos no es lo más cierto, sino lo más compatible con nuestras creencias. La IA, al integrarse con estas plataformas, no solo produce contenido falso con facilidad, sino que además lo adapta perfectamente al sesgo de cada comunidad. Así, lo falso se vuelve más creíble que lo verdadero. Y lo verdadero, si contradice la narrativa dominante de una burbuja, se descarta sin más. El daño no es solo informativo, es estructural. Porque la confianza es un pegamento social. Sin ella, no hay conversación pública, ni consenso democrático, ni colaboración entre partes distintas, incrementando la polarización. Cuando cada grupo social habita su propia realidad verificada por “su” verdad y “sus” fuentes, el diálogo se fragmenta. No discutimos hechos, discutimos ficciones paralelas que son alimentadas por el algoritmo de las redes sociales y por la facilidad con la que se crea contenido de dudosa veracidad. Frente a este panorama, las grandes plataformas tecnológicas han comenzado a prometer soluciones: marcas de agua digitales, sistemas de trazabilidad, verificaciones automáticas. Pero esas medidas son insuficientes si no se acompañan de una transformación cultural más profunda: necesitamos reconstruir la idea de confianza desde abajo. Eso implica fortalecer el pensamiento crítico, apoyar medios transparentes, exigir trazabilidad en la información y —sobre todo— romper las burbujas de las redes sociales. No se trata de volver al pasado, sino de diseñar una relación con la tecnología que no sacrifique lo más valioso: la capacidad de saber, con un mínimo de certeza, qué es real y quién lo dice.   Porque en esta nueva economía digital, la credibilidad no es un adorno, es una infraestructura. Es lo que permite distinguir entre ruido y señal, entre lo que es contenido y lo que tiene consecuencias. En un mundo donde todo puede simularse, lo único que no se puede fingir a largo plazo es la integridad . Y ese será, quizás, el verdadero diferencial de los próximos años: no quién crea más, sino quién merece que creamos en lo que crea. Gamal Serhan Jaldin

  • Starlink en Bolivia: ¿revolución digital o espejismo orbital?

    Starlink en Bolivia El reciente anuncio del presidente Rodrigo Paz sobre la llegada de Starlink ha despertado entusiasmo y grandes expectativas. ¿Será este el punto de inflexión que transforme la conectividad nacional y cierre la brecha digital que aún separa a millones de bolivianos? Es momento de analizar si Starlink representa el salto tecnológico que Bolivia necesita, o si sus promesas orbitan más cerca de la ilusión que de la realidad.   Durante semanas, las redes sociales bolivianas se llenaron de entusiasmo. Algunos proclamaron el fin de Entel, Tigo y Viva. Otros anunciaban que por fin llegaría “el internet más rápido del mundo” a cada rincón del país. Sin embargo, como suele ocurrir en temas de innovación, el ruido mediático suele ser más veloz que la comprensión técnica. Para entender realmente lo que significa la entrada de Starlink a Bolivia, hay que separar el mito de la realidad.   Starlink no es una empresa tradicional de telecomunicaciones. Es una red de más de 8.900 minisatélites en órbita baja (entre 340 y 550 kilómetros sobre la Tierra) que se mueven a unos 27.000 km/h. Gracias a esa constelación, puede ofrecer conexión a internet casi en cualquier punto del planeta, incluso donde las antenas, la fibra óptica o las redes móviles no llegan.   El principio es simple y fascinante: en lugar de depender de cables submarinos o torres de telecomunicación, cada usuario instala una antena —el “kit Starlink”— que se comunica directamente con los satélites que orbitan sobre su posición. Es, literalmente, internet que cae del cielo.   Y aquí está su principal valor para Bolivia: cobertura. Starlink no busca competir en las ciudades —donde ya existe infraestructura de fibra óptica o 4G— sino en las zonas rurales y dispersas, donde la brecha digital sigue siendo abismal.   En Bolivia, el satélite Túpac Katari —administrado por la Agencia Boliviana Espacial— lanzó su propio servicio “Sube”, que ofrece internet satelital residencial desde 298 bolivianos por 10 GB mensuales . Aunque los precios y las velocidades de Starlink son menores, el concepto es el mismo: llevar conectividad donde nadie más llega, con satélites a una altitud 100 veces menor, reduciendo significativamente la latencia y mejorando la velocidad.   Por eso, conviene poner las cosas en perspectiva: Starlink no reemplazará  a las operadoras de telecomunicaciones del país. Lo que hace es introducir una alternativa complementaria  en un mercado donde la competencia ha estado marcada por la falta de innovación y la limitada cobertura.   El consumidor, como siempre, decidirá. Pero la mayoría de los hogares urbanos seguirá eligiendo los servicios tradicionales de internet a través de fibra óptica o telefonía móvil, que ofrecen más velocidad por menos costo. Ahora bien, aunque el alcance inmediato de Starlink sea limitado, su llegada tiene un efecto estratégico importante.   Además, presiona al ecosistema local de telecomunicaciones . Si una empresa extranjera puede ofrecer conectividad directa desde el espacio, ¿cómo justificar las deficiencias de servicio, la lentitud en la expansión de redes o los precios elevados que pagan los bolivianos?   La competencia tecnológica es, también, una competencia moral: obliga a repensar la eficiencia, la transparencia y la calidad del servicio. Las empresas proveedoras de servicio de internet (ISP) podrían convertir a Starlink en aliado, mediante acuerdos locales, convenios o integraciones híbridas (fibra más satélite), podrían ampliar la cobertura sin necesidad de grandes inversiones.   El verdadero impacto de Starlink dependerá de cómo Bolivia integre esta tecnología y otras nuevas en su tejido social y económico. El futuro no será de quienes resistan el cambio, sino de quienes lo abracen con inteligencia y visión. Hoy, más que nunca, la innovación está al alcance de quienes se atrevan a conectarse. Columna originalmente publicada en eju.tv , rimaypampa , público.bo , IN Noticias , La Razón , Asuntos Centrales , Econom y y EnfoqueNews .

  • Mientras el mundo innova, nosotros hacemos fila

    Este año, el Premio Nobel de Economía 2025 fue otorgado a Daron Acemoglu, Philippe Aghion y Rachel Griffith por demostrar con evidencia contundente que el crecimiento económico sostenido y el bienestar social están directamente impulsados por la innovación . No por el azar, ni por la suerte geográfica, ni siquiera por los recursos naturales, sino por la capacidad de un país para generar nuevas ideas y llevarlas a la práctica.   Lo irónico —y preocupante— es que mientras el mundo premia la innovación como motor de desarrollo, en Bolivia seguimos tratándola como una amenaza. La innovación aquí no se premia: se castiga. Esta dura verdad ha sido documentada con claridad en El fin del trámite eterno , un libro del Banco Interamericano de Desarrollo (BID) que expone cómo la burocracia en países como Bolivia se ha convertido en el principal enemigo del progreso.   Crear una empresa, registrar una marca, iniciar un emprendimiento o simplemente hacer un trámite básico puede tomar semanas, si no meses. En vez de facilitar la creatividad y el riesgo, el sistema se dedica a frenarlo todo con papeles, sellos, requisitos inútiles y funcionarios que muchas veces ven al emprendedor como sospechoso, no como aliado del desarrollo.   Bolivia es uno de los países de América Latina donde más tiempo se pierde en trámites. Y ese tiempo no es neutro: es tiempo que no se usa para innovar, producir, experimentar o mejorar. Es tiempo muerto. Y una economía con demasiados procesos muertos, se muere también.   De hecho, en todas las contrataciones estatales es imposible que una startup o una idea diferente puede competir, porque un requisito fundamental es contar la empresa debe contar con experiencia y lo ofertado debe ajustarse a lo solicitado, por lo que la innovación no tiene ninguna posibilidad de ser ni siquiera considerada.   Volvamos al Nobel. Los economistas premiados mostraron cómo países que invierten en ciencia, educación y competencia —como Corea del Sur, Finlandia o incluso China— logran transformar su estructura productiva y mejorar la vida de su gente. En cambio, aquellos que se conforman con vender materias primas y repetir viejos modelos, terminan atrapados en una trampa de bajo crecimiento y pobreza crónica.   El mensaje de fondo es claro: la innovación no es un lujo de países ricos; es la vía para dejar de ser pobres .   ¿Y Bolivia? Aquí invertimos más en subsidios a los combustibles que en investigación y desarrollo. Seguimos tratando al conocimiento como una amenaza ideológica. Las universidades no dialogan con el sector productivo. Los trámites no se digitalizan de verdad. Y cuando alguien se atreve a hacer algo nuevo, el sistema se le viene encima con obstáculos legales, técnicos y hasta morales.   Peor aún, no existe una política pública coherente que promueva la innovación como estrategia nacional. No hay incentivos fiscales serios para quienes apuestan por nuevas ideas. No hay crédito accesible para emprendedores tecnológicos. No hay, en resumen, un ecosistema de innovación. Y sin ecosistema, no hay futuro.   El talento en Bolivia sobra. Lo que falta es terreno fértil. Hay jóvenes que diseñan apps, comunidades que producen alimentos orgánicos de alta calidad, equipos que trabajan en soluciones de energía limpia, pero todos ellos operan a contracorriente, sin apoyo, sin reconocimiento, muchas veces desde la informalidad, y con la constante tentación de migrar.   Si queremos salir de la trampa del subdesarrollo, tenemos que dejar de ver la innovación como una amenaza y empezar a verla como una política de Estado. Eso implica reformar profundamente la burocracia, invertir en educación técnica, proteger a los emprendedores y generar confianza en las instituciones. Es un cambio cultural y político.   En Bolivia, en lugar de premiar al que innova, todavía premiamos al que cumple con el trámite. Y así, el desarrollo seguirá siendo un trámite eterno. Columna originalmente publicada en eju.tv , rimaypampa , público.bo , IN Noticias , La Razón , Asuntos Centrales , Econom y y EnfoqueNews .

  • La burbuja de las redes sociales

    La burbuja de las redes sociales El domingo 17 de agosto, muchos vimos los resultados electorales en Bolivia con asombro. Los números oficiales no se parecían en nada a lo que habíamos visto durante semanas en nuestras redes sociales. ¿Cómo puede ser que la mayoría piense distinto a lo que yo veo todos los días? ¿Será que mi realidad digital no es la realidad del país?   Vivimos en una era donde las redes sociales no solo nos conectan: nos informan, nos forman opinión y hasta condicionan nuestras decisiones. Pero detrás de esa comodidad hay dos fuerzas silenciosas que distorsionan nuestra visión: nuestros propios sesgos y los algoritmos que los refuerzan.   El ser humano no es imparcial. Interpretamos la realidad según lo que ya creemos, según nuestras emociones, experiencias y prejuicios. A eso se le llama sesgo cognitivo. Y uno de los más fuertes es el sesgo de confirmación : buscar y creer solo lo que valida lo que ya pensamos.   Este sesgo ha existido siempre, pero las redes lo llevan al extremo. Las plataformas digitales están diseñadas para captar y mantener nuestra atención. ¿Cómo lo hacen? Mostrándonos lo que nos gusta, lo que nos emociona, lo que nos hace reaccionar. Así, cuanto más interactuamos con cierto tipo de contenido —ya sea político, ideológico o cultural—, más contenido similar veremos.   Y así se construye una burbuja. Un entorno donde todo lo que vemos confirma lo que ya creemos. Una caja de resonancia donde nuestras ideas rebotan, se amplifican y se presentan como verdades absolutas. Las opiniones distintas no desaparecen, pero quedan enterradas. O peor: se convierten en amenazas.   Esto genera una ilusión peligrosa: creemos que “todo el mundo piensa como yo”. Y cuando llega un resultado electoral que rompe esa ilusión, el desconcierto es total. La diversidad de pensamiento se ha diluido en nuestro feed. El contraste que permite pensar con claridad se pierde.   Esta distorsión tiene consecuencias profundas. Si solo vemos una parte de la realidad, nuestras decisiones se basan en información incompleta. Esto afecta elecciones políticas, posturas sociales, decisiones de consumo e incluso cómo juzgamos a otras personas. Además, esa validación constante genera una falsa seguridad. Dejamos de dudar, dejamos de cuestionar. Y cuando se apaga la duda, nace el fanatismo.   Todos somos vulnerables a esta burbuja. Cuanto más tiempo pasamos en redes, más se ajusta el contenido a nuestros gustos. Incluso quienes se consideran críticos tienen puntos ciegos. Nadie está completamente a salvo.   ¿La salida? Primero, reconocer el problema. Las redes sociales no reflejan el mundo tal como es: lo filtran según nuestros hábitos. Segundo, diversificar nuestras fuentes. Leer a quienes piensan distinto, seguir medios variados, exponerse a lo incómodo. No para cambiar de opinión, sino para formar una mejor.   También es clave fortalecer el pensamiento crítico: contrastar, verificar, entender el contexto y estar abiertos a revisar nuestras ideas. Las decisiones bien tomadas no nacen de certezas absolutas, sino de criterio y apertura.   Y sí, las plataformas también deben asumir su parte. No basta con pedirle al usuario que piense críticamente si el sistema está diseñado para evitar el disenso. Se necesita más transparencia sobre cómo funcionan los algoritmos y políticas que fomenten la diversidad informativa. Las redes sociales no solo reflejan nuestras ideas: las moldean. Combinadas con nuestros sesgos, crean un entorno cómodo, pero peligroso. Porque si decidimos solo en base a lo que nos confirma, no estamos pensando: estamos reaccionando. Y en un mundo cada vez más complejo, eso es un lujo que no podemos permitirnos. Columna originalmente publicada en eju.tv , rimaypampa , público.bo , IN Noticias , La Razón , Asuntos Centrales , Econom y y EnfoqueNews .

  • Encuestas, sesgos y espejismos

    Encuestas A propósito de las elecciones nacionales, cada elección revive el mismo ritual: encuestas por todas partes, números que suben o bajan, titulares que exageran, redes que explotan, y analistas que se pelean por interpretar quién va ganando. Pero entre tanta estadística, entusiasmo y ruido, hay algo que muchos siguen sin entender: una encuesta no es una predicción, y mal leída, puede ser más perjudicial que útil .   Las encuestas serias son herramientas poderosas. Permiten tomarle el pulso al electorado, detectar tendencias y entender cómo se mueven los ánimos sociales en un preciso momento; es una foto instantánea. Pero, además hay una condición fundamental: deben hacerse con rigor. Y deben interpretarse con aún más cuidado.   Pongamos un ejemplo que suele pasar desapercibido en el debate público. Si una encuesta le da 48% a un candidato y 46% a otro, y el margen de error es de ±3%, lo correcto no es decir que el primero "va ganando". Lo correcto es admitir que hay un empate técnico . La diferencia está dentro del margen de error, por lo tanto, cualquiera de los dos podría estar al frente.   Sin embargo, muchos titulares —y no pocos voceros de campaña— optan por construir una narrativa de “remontada” o “ventaja consolidada”. ¿Por qué? Porque conviene. Pero eso no es análisis, eso es propaganda.   Otro malentendido común, especialmente en esta era digital, es confundir una encuesta profesional con un sondeo online . Basta abrir cualquier red social o página de noticias para encontrar votaciones abiertas que preguntan: “¿Por quién vas a votar?”. El problema es que estos mecanismos no tienen valor estadístico. Participa quien quiere, cuantas veces quiera, y con cero controles sobre la representatividad del universo.   ¿El resultado? Una ilusión de certeza. Grupos organizados que votan en masa, bots que inflan opciones, y usuarios que luego presentan esos datos como “la voluntad popular”. Una burbuja más, alimentada por entusiasmo, ignorancia o mala fe.   En redes sociales se vive otra distorsión: la cámara de eco. Los algoritmos te muestran lo que te gusta, lo que confirma tus ideas. Así, puedes pasar semanas convencido de que todo el país piensa como tú. Pero basta mirar una encuesta bien hecha para notar que el mundo real es más diverso, más contradictorio y, sí, a veces más incómodo de lo que uno quisiera.   El peligro aparece cuando esa encuesta contradice tus creencias, y en lugar de reflexionar, la descartas. “Está comprada”, “es falsa”, “la hizo el medio enemigo”. El sesgo se refuerza, la polarización crece, y el debate se empobrece.   Una encuesta puede informar o puede manipular, dependiendo de cómo se construye y cómo se comunica. Pero incluso cuando los datos son sólidos, si los que los interpretan lo hacen mal —o con intención de torcerlos—, el daño está hecho.   Y esto aplica no solo a los políticos o medios. Aplica a todos nosotros. Porque cada vez que compartimos una encuesta sin leerla completa, sin revisar la metodología, sin entender el contexto o el margen de error, estamos contribuyendo a la confusión.   La democracia necesita información, no espejismos. Y eso requiere más que números: requiere pensamiento crítico.   Al final del día, ninguna encuesta decide el resultado de una elección. Lo decide la ciudadanía, en las urnas. Pero si queremos llegar a ese momento con una sociedad bien informada y con capacidad de elegir libremente, entonces debemos exigir que las encuestas se hagan bien, se comuniquen mejor y se lean con responsabilidad.   Creer que una encuesta define el futuro es un error. Usarla para justificar lo que ya crees, sin cuestionar, es otro peor. Las encuestas no están para hacerte sentir cómodo. Están para ayudarte a pensar. Columna originalmente publicada en eju.tv , rimaypampa , público.bo , IN Noticias , La Razón , Asuntos Centrales , Econom y y EnfoqueNews .

  • CBDC: El caballo de troya de los Estados

    En el mundo de los criptoactivos, estamos acostumbrados a hablar de libertad, descentralización y disrupción. Pero ahora, los estados a través de los bancos centrales quieren ser parte de este juego: las CBDC (Central Bank Digital Currencies), es decir, monedas digitales emitidas por el Estado. No es ciencia ficción. Ya están en marcha en varios países y el debate es urgente.   Las CBDC se presentan como la versión digital del dinero fiat tradicional. Respaldadas por bancos centrales, buscan reemplazar —o al menos complementar— el efectivo. Pero no hay que confundirse: esto no es Bitcoin. No es descentralizado. No es libre. Y definitivamente no es anónimo.   A diferencia de las criptomonedas que conocemos, una CBDC es controlada por el mismo poder que decide cuánto imprimir, cómo regular y qué hacer con tu dinero. Es una herramienta que podría ser útil —sí— pero también peligrosa si no se regula con criterios democráticos.   China lleva la delantera con su yuan digital, ya probado en grandes ciudades. El Banco Central Europeo avanza con el euro digital. Estados Unidos estudia su viabilidad. Y en América Latina, Brasil se perfila como pionero con el real digital en 2025. México y Colombia también están haciendo pruebas.   La narrativa oficial suena bien: inclusión financiera, eficiencia en pagos, reducción del efectivo, modernización del sistema. Y es cierto, hay beneficios posibles. Pero también hay que ver el lado que no se promociona.   ¿Quién va a controlar la información de nuestras transacciones? ¿Qué pasa si se usa una CBDC para vigilar ciudadanos, congelar fondos por razones políticas o aplicar tasas de interés negativas directamente sobre nuestros saldos? ¿Qué harán con toda la información sobre en qué uso mi dinero? ¿A quién beneficiará? Con la tecnología correcta, todo eso es posible. Y en manos equivocadas, es preocupante.   Otro riesgo: si los ciudadanos empiezan a guardar dinero directamente en cuentas del banco central, las entidades financieras privadas podrían perder depósitos. Eso podría provocar efectos secundarios en los créditos, la inversión y el sistema financiero en general. No es una hipótesis lejana. Es parte del debate real que los mismos bancos centrales reconocen.   Como alguien que valora el ecosistema cripto por su capacidad de poner el control en manos del usuario, las CBDC me generan una mezcla de curiosidad y cautela. No podemos rechazarlas por reflejo, pero tampoco aceptarlas sin condiciones.   ¿Son el futuro del dinero? Probablemente. ¿Deben convivir con Bitcoin, Ethereum y stablecoins? Idealmente, sí. Pero lo más importante: ¿quién escribe las reglas del juego?   Las CBDC podrían redefinir el concepto de dinero en esta era digital. Por eso, es esencial que la comunidad cripto participe activamente en el debate. No solo como espectadores, sino como voces críticas, técnicas y políticas. Si no lo hacemos nosotros, otros lo harán por nosotros.   El futuro del dinero no será puramente descentralizado, ni puramente estatal. Pero si no defendemos los principios que nos trajeron hasta aquí, podríamos terminar con lo peor de ambos mundos: vigilancia total con apariencia de modernidad.   Mientras los bancos centrales avanzan con sus propias monedas digitales, se abre un nuevo frente en la batalla por el control del dinero. Bajo la promesa de eficiencia e inclusión, las CBDC podrían convertirse en una herramienta de vigilancia masiva y concentración de poder. Si no prestamos atención, el futuro financiero podría parecernos moderno... pero oler a pasado. Columna originalmente publicada en eju.tv , rimaypampa , público.bo , IN Noticias , La Razón , Asuntos Centrales , Econom y y EnfoqueNews .

  • Internet caro y lento, desarrollo caro y lento

    Velocidad de Internet Vivimos en un mundo donde la conectividad no es un lujo, sino una necesidad, definiendo el acceso al conocimiento, al trabajo y a la dignidad. Sin embargo, Bolivia sigue enfrentando una paradoja dolorosa: tenemos uno de los internets más lentos y caros de América Latina. Y como suele ocurrir en nuestra historia, los más pobres son quienes cargan con el mayor peso de esta desigualdad.   ¿Por qué ocurre esto? La respuesta está, en parte, escrita en nuestro mapa. Bolivia es un país sin salida al mar, rodeado por cinco naciones y con una geografía que desafía cualquier intento de conectividad: desde la altura extrema del altiplano hasta las selvas amazónicas y el chaco seco. Pero no es solo la topografía lo que nos aísla. La infraestructura que debería unirnos es limitada, desactualizada y cara.   A diferencia de países como Chile, Perú o Brasil, que tienen acceso directo a los cables submarinos de fibra óptica que conectan al mundo, Bolivia depende de la infraestructura de países vecinos para conectarse a los cables submarinos que transportan el tráfico global de internet.   Esa dependencia, sumada al costo de construir redes en territorios remotos o accidentados, eleva considerablemente el precio de cada mega que consumimos. Cada megabit que llega a nuestras ciudades ha recorrido cientos de kilómetros desde Lima, Santiago o São Paulo, encareciéndose en el camino.   Según TechJury , el costo promedio de Internet en Bolivia bordea los 57 dólares mensuales. ¿Mucho? Muchísimo, según un estudio del sitio de comparación de precios cable.co.uk  en Argentina el precio es $5.17 dólares mensuales, en Chile $21.86, en Colombia $20.47, en Brasil $21.18 y en Perú $24.86.   A esto se suma otro dato preocupante: la velocidad promedio de conexión en Bolivia apenas alcanza los 10 Mbps en móvil y 32 Mbps en banda ancha fija. Muy lejos de los más de 200 Mbps que hoy disfrutan los hogares promedio en Chile.   Este rezago digital no es inocuo. Tiene consecuencias directas sobre nuestra educación, productividad y desarrollo económico. Las escuelas públicas en Bolivia, sobre todo en áreas rurales, carecen de acceso digno a Internet. Mientras los colegios privados reportan 85 % de acceso a computadoras, en las unidades educativas fiscales esta cifra no llega ni al 15 %. ¿Cómo hablar de igualdad de oportunidades en un país donde nacer en un lugar con señal o sin señal define tu futuro?   El problema no es nuevo, pero se ha profundizado. Y lo más grave es que afecta con más dureza a quienes menos tienen. Los hogares pobres, campesinos, indígenas o ubicados en áreas alejadas están atrapados en una nueva forma de exclusión: la pobreza digital. Lamentablemente, esto confirma lo que alguna vez dijimos: “ Ser pobre es muy caro ”.   Un estudio del BID indica que cerrar la brecha digital en América Latina podría aumentar el PIB en hasta un 3 % y generar miles de empleos. Pero mientras no invirtamos estratégicamente en ampliar la cobertura de fibra óptica, mejorar los puntos de intercambio de tráfico (IXP) y facilitar el acceso a tarifas asequibles, ese potencial seguirá siendo una promesa vacía.   La transformación digital de Bolivia no será posible sin un compromiso firme del Estado. Necesitamos políticas públicas agresivas, incentivos a la inversión y, sobre todo, una visión que entienda que la conectividad no es solo ver Netflix o usar TikTok: es educación, es salud, es empleo, es ciudadanía plena. Y mientras tanto, seguimos bloqueando soluciones. El servicio satelital Starlink, que podría llevar internet de alta velocidad a las zonas más remotas del país, sigue sin autorización para operar. ¿Por qué? ¿A quién beneficia mantenernos desconectados?   Hoy, en pleno siglo XXI, el hecho de que un niño en el trópico cochabambino o en un pueblo potosino no pueda acceder a una clase virtual porque no hay señal, no es un problema técnico: es un acto de injusticia social, generando un nuevo tipo de analfabetismo de acceso digital.   Y mientras no enfrentemos esa verdad incómoda —con decisión y con inversión—, seguiremos teniendo uno de los Internets más caros y lentos de la región… y uno de los futuros más caros y lentos también. Columna originalmente publicada en eju.tv , rimaypampa , público.bo , IN Noticias , La Razón , Asuntos Centrales , Econom y y EnfoqueNews .

  • De rivales a aliados

    De rivales a aliados Durante décadas, las empresas operaron bajo un modelo centrado en la autosuficiencia y el control. La integración vertical era sinónimo de poder: controlar toda la cadena de valor, desde la producción hasta la distribución, garantizaba márgenes estables y barreras de entrada. Otros optaron por la integración horizontal, buscando dominar segmentos de mercado a través de adquisiciones o fusiones. En ambos casos, la lógica era clara: crecer a costa del competidor.   Pero esa lógica ha cambiado. Hoy, la rigidez estructural y la competencia excluyente han dado paso a un modelo mucho más dinámico y estratégico: la economía colaborativa. Este cambio no solo redefine cómo operan las empresas, sino también cómo se relacionan entre sí. En lugar de competir para eliminar al otro, ahora muchas organizaciones buscan formas de integrar capacidades, complementar recursos y construir alianzas que generen valor compartido.   Este giro ha sido especialmente visible en sectores con alta demanda tecnológica y necesidad de innovación constante, como el de las telecomunicaciones.   Las empresas de telecomunicaciones, tradicionalmente colosos verticales, han tenido que enfrentar un entorno cada vez más complejo: saturación de mercados, presión regulatoria, explosión del tráfico de datos y competencia no solo entre pares, sino también con gigantes tecnológicos que operan bajo otras reglas. Frente a esta tormenta perfecta, la autosuficiencia dejó de ser una virtud y pasó a ser una traba.   Así, lo que antes era impensable —compartir infraestructura, servicios o incluso clientes— se ha convertido en una estrategia necesaria para sobrevivir y crecer. La colaboración ya no es una excepción, sino una ventaja competitiva.   Este cambio se ha materializado en múltiples formas, compartiendo infraestructura, generando alianzas over the top (OTTs) o modelos de negocio mixtos, apostando por la co-creación con startups o compartiendo redes de manera directa o a través de terceros.   Este nuevo paradigma se basa en una premisa simple pero poderosa: sumar fortalezas y compensar debilidades.  En lugar de replicar lo que otro ya hace bien, la lógica colaborativa busca unir piezas complementarias. Una empresa puede tener la infraestructura, otra la tecnología, otra el acceso al cliente final, y otra la capacidad de escalar una solución global.   Esto permite multiplicar el alcance y la velocidad sin necesidad de crecer en tamaño o endeudarse en exceso. La colaboración se convierte en una forma de expansión más eficiente, flexible y alineada con las exigencias del mercado actual.   Sin embargo, esta evolución no es solo tecnológica o estratégica, también es cultural, sobre todo en la cultura organizacional. Muchas empresas aún arrastran la mentalidad del control, del secreto, del “hacer todo en casa”.   Cambiar eso requiere liderazgo, apertura y una visión clara del valor que puede generar la colaboración bien gestionada, a partir de acuerdos de fair play, definiendo los negocios en los que compiten, en los que se prestan bienes o servicios (de ida y vuelta) y en los que se integran.   No se trata de aliarse con cualquiera ni de disolver la identidad propia. Se trata de diseñar alianzas con propósito, objetivos claros, roles definidos y mecanismos de gobernanza que garanticen beneficios compartidos.   En el sector de telecomunicaciones, donde las fronteras con otras industrias son cada vez más borrosas —finanzas, salud, entretenimiento, educación—, la colaboración no solo es útil: es inevitable. Las empresas que entiendan esto a tiempo podrán posicionarse como plataformas abiertas, listas para conectar soluciones, talentos y mercados.   Las que insistan en competir como si fueran las únicas en la cancha, probablemente se quedarán atrás.   La economía colaborativa no elimina la competencia. La redefine. Ahora competir no es eliminar al otro, sino encontrar el mejor lugar en un ecosistema donde la suma de partes bien articuladas vale mucho más que el esfuerzo aislado.   Y en esa nueva lógica, los más inteligentes no son los que dominan todo, sino los que saben con quién asociarse, cómo sumar y hasta dónde llegar juntos. Columna originalmente publicada en eju.tv , rimaypampa , público.bo , IN Noticias , La Razón , Asuntos Centrales , Econom y y EnfoqueNews .

  • Por qué una tarjeta vencida te puede hacer creer en las FinTech

    FINTECH Hace unas semanas, viví en carne propia lo absurdo del viejo sistema bancario. Mi tarjeta de débito había vencido y, aunque casi no la uso, un comercio me exigió una física para poder pagar. “Fácil”, pensé. “Paso por el banco, la renuevo y listo.” Qué ingenuidad la mía.   Fui a la sucursal, esperé mi turno, expliqué mi caso. Pero no. No podían darme una nueva tarjeta en ese momento. ¿La razón? Tenían que mandar un correo para pedir una autorización. ¿Autorización para qué? ¡Era MI dinero! Aun así, me dijeron que esperara una llamada.   Pasaron los días. Finalmente sonó el teléfono. Pero no era para decirme que mi tarjeta estaba lista. No. Me avisaban que me enviarían un correo... para pedirme más información. Me dieron 72 horas para responder.   Cuando llegó ese correo, casi no lo podía creer. Me pedían todo: mi actividad económica, mis ingresos, mis relaciones comerciales, detalles en dólares sobre movimientos de una cuenta que ni siquiera identificaron bien. Todo esto, para reponer una simple tarjeta de débito.   Ese día entendí —no por primera vez, pero sí con más claridad— por qué las FinTech no son solo una alternativa. Son una necesidad.   Recordé la historia de Nu Bank y las trabas que enfrentó David Vélez en el cerrado sistema financiero brasileño. Su frustración se convirtió en motor de cambio. Como él, muchos decidimos dejar de depender de instituciones que, bajo el pretexto de seguridad y normativas contra el lavado de dinero, controlan y complican el acceso a nuestros propios recursos.   Ahí es donde las FinTech brillan. No solo prometen una experiencia diferente. La cumplen. Son empresas que entienden al usuario moderno: digital, autónomo, cansado de filas, de firmas, de autorizaciones absurdas. Su propuesta es clara: reducir la fricción, simplificar lo complejo y, sobre todo devolverte el control.   Y ahora, en Bolivia, por fin hay una señal concreta de que el cambio es posible. En noviembre de 2023, se modificó la Ley de Servicios Financieros y el 7 de mayo de 2025, se aprobó el Decreto Supremo 5384, que da luz verde al marco legal de las Empresas de Tecnología Financiera (ETF).   Es la primera vez que el país reconoce oficialmente a las FinTech. Estas empresas, ya sean privadas, públicas o mixtas, podrán operar legalmente en los ámbitos de servicios financieros, valores y seguros, bajo supervisión de la ASFI; que tiene 40 días para emitir la reglamentación correspondiente.   Se abren las puertas a modelos innovadores: blockchain, activos digitales, pagos electrónicos, financiamiento colaborativo y más, reconociendo categorías como: Activos Tokenizados Activos Virtuales Proveedores de Servicios de Activos Virtuales (PSAV) Pagos digitales Plataformas de financiamiento Tecnologías empresariales aplicadas al sistema financiero.   Incluso se incorpora un Sandbox Regulatorio : un entorno controlado para que estas empresas prueben soluciones reales con usuarios reales, pero bajo una supervisión flexible. Una idea moderna para tiempos modernos.   Mientras en otros países uno puede abrir cuentas realizando todo el proceso en línea, con procesos modernos de verificación de identidad KYC (Know Your Customer) y autentificación en dos pasos (2FA), aquí seguimos con una burocracia que tiene un alto costo, no solo en tiempo, sino fundamentalmente en eficiencia que raya en lo absurdo.   Pero el cambio ya está en marcha. La burocracia tiene los días contados. Las FinTech no son el futuro: son el presente que está tocando fuerte la puerta, esperemos que el gobierno no trunque esta oportunidad a través de la reglamentación que, en vez de abrir puertas, nos ponga trabas para el funcionamiento. PD: Hasta ahora no me entregan mi tarjeta de débito física. Columna originalmente publicada en eju.tv , rimaypampa , público.bo , IN Noticias , La Razón , Asuntos Centrales , Econom y y EnfoqueNews .

  • Prompt la clave para aprovechar la IA

    Prompt La inteligencia artificial  está transformando industrias a un ritmo vertiginoso. Automatiza tareas, mejora procesos, impulsa la creatividad y reduce costos. Pero hay algo que muchos no comprenden del todo: no basta con tener acceso a una herramienta de IA, lo que realmente marca la diferencia es saber cómo hablarle.   La calidad del resultado depende directamente de la calidad de la instrucción que le das. A eso se le llama prompt , y aprender a construir uno bueno es esencial para obtener respuestas útiles, precisas y aplicables.   Un prompt  es la orden o petición que se le da a una IA para que genere un contenido, resuelva un problema o realice una acción específica. Puede parecer algo simple, pero en la práctica no lo es. Si pides algo muy general, recibirás respuestas amplias, vagas y poco accionables. Si das instrucciones claras, con contexto, objetivo, formato y tono, la IA puede convertirse en un verdadero aliado.   Imaginemos esto: un empresario necesita ideas para lanzar un nuevo producto. Si escribe “dame ideas para lanzar un producto”, la IA va a generar sugerencias genéricas que podrían aplicarse a casi cualquier cosa.   Pero si pide: “Redacta cinco ideas creativas para lanzar un producto ecológico dirigido a jóvenes entre 18 y 30 años, usando redes sociales como principal canal y con énfasis en sostenibilidad y participación comunitaria”, la diferencia en la respuesta es abismal. La IA tiene mucho más contexto y puede ofrecer ideas más afinadas, aplicables y relevantes.   Un buen prompt  tiene cuatro ingredientes fundamentales.   Contexto : ¿Qué está pasando? ¿Cuál es el objetivo? Cuanto más contexto tenga la IA, mejores serán sus respuestas. Por ejemplo, si quieres ideas para una campaña de marketing, especifica la industria, el público objetivo, el tono de la marca y los canales que vas a usar. Tarea : No basta con dar contexto; hay que decir exactamente qué esperas. ¿Quieres una lista? ¿Un análisis? ¿Un resumen? ¿Una tabla comparativa? Cuanto más concreta sea la tarea, mejor. Formato : ¿En qué forma quieres la respuesta? ¿Texto breve, párrafo largo, viñetas, código, imagen, mapa mental? Indicar el formato a la IA ayuda a producir mejores resultados. Restricciones o estilo : Si hay limitaciones —por ejemplo, "máximo 500 palabras", "en tono informal", "sin tecnicismos"—, hay que dejarlas claras. También si se busca cierto estilo de redacción o nivel de profundidad. Refinar. Reescribir usando un lenguaje más natural y expresivo e incluir algunos ejemplos para acompañar esta información .   Por ejemplo, un prompt  bien estructurado podría ser: “Escribí un texto de presentación para una startup de salud digital, dirigido a inversores. Que tenga tono profesional, no supere las 300 palabras, y resuma claramente el problema que resolvemos, cómo lo hacemos y por qué somos una oportunidad atractiva.” Esa instrucción tiene todo: contexto, objetivo, público, formato y límites. La IA puede trabajar de forma precisa porque sabe qué se espera de ella.   Ahora bien, también hay errores comunes que vale la pena evitar. El primero es ser demasiado vago: “escribe sobre marketing” no alcanza. El segundo, dar demasiada información sin orden: si llenas el prompt  de datos dispersos, confundes a la IA. El tercero, no definir para quién es la respuesta: no es lo mismo escribir para un técnico que para un cliente final. Y el cuarto, quedarse con la primera respuesta sin revisarla ni mejorarla. La iteración —probar, ajustar, refinar— es parte esencial del proceso.   Tampoco hay que caer en la trampa de depender ciegamente de lo que la IA diga. Aunque las herramientas son poderosas, no reemplazan el criterio ni la visión estratégica. El contenido generado debe revisarse, editarse y alinearse con los objetivos del negocio.   Para empresarios y jóvenes que buscan destacarse en un entorno cada vez más tecnológico, saber formular prompts  efectivos es una habilidad estratégica. Es como aprender a liderar un equipo: si no sabes comunicar lo que necesitas, no importa cuán talentosos sean tus colaboradores, no van a darte lo que quieres. Lo mismo con la IA: cuanto mejor sepas pedir, mejores serán los resultados que obtengas.   La inteligencia artificial no se trata solo de automatizar. Se trata de ampliar tus capacidades. Pero para lograrlo, primero tienes que aprender a hablar su idioma. Y ese idioma comienza con un buen prompt . Columna originalmente publicada en eju.tv , rimaypampa , público.bo , IN Noticias , La Razón , Asuntos Centrales , Econom y y EnfoqueNews .

  • Bitcoin y la guerra arancelaria entre USA y China

    Bitcoin, USA y China La guerra comercial iniciada por Donald Trump entre Estados Unidos y China, caracterizada por imposiciones mutuas de aranceles a diversos productos, ha generado una onda expansiva cuyas consecuencias alcanzan mucho más allá del comercio tradicional. En este contexto, Bitcoin (BTC) y otras criptomonedas emergen como actores inesperados, reflejando la complejidad de los conflictos económicos globales en la era digital.   Durante los últimos años, las tensiones arancelarias entre las dos mayores economías del mundo han resultado en importantes perturbaciones en el mercado financiero. Tradicionalmente, activos considerados seguros, como el oro o los bonos del Tesoro estadounidense, suelen beneficiarse en épocas de incertidumbre. Sin embargo, la aparición de Bitcoin como potencial refugio ha abierto un debate interesante: ¿puede BTC consolidarse como el nuevo " oro digital "?   Desde una perspectiva tecnológica, Bitcoin ofrece características únicas frente a activos tradicionales: descentralización, resistencia a la censura y una emisión monetaria predecible, factores especialmente atractivos en un entorno de volatilidad inducida por decisiones políticas. La descentralización implica que ningún gobierno puede controlar o influenciar directamente su emisión o distribución, lo que añade una capa de protección contra decisiones arbitrarias derivadas de conflictos como la guerra comercial actual.   La reacción inicial del mercado ante los anuncios de aranceles ha sido la volatilidad generalizada, impactando tanto a Bitcoin como a índices como el S&P 500. Sin embargo, mientras las acciones y monedas tradicionales suelen estabilizarse según indicadores económicos o intervenciones gubernamentales, Bitcoin responde de forma más compleja, influenciado no solo por factores macroeconómicos, sino también por el nivel de confianza y adopción tecnológica.   Un aspecto particularmente relevante es cómo China ha tratado las criptomonedas en este contexto. Aunque formalmente ha adoptado una postura restrictiva, prohibiendo las transacciones directas y cerrando exchanges locales, la realidad es más matizada. China sigue siendo uno de los líderes globales en minería de Bitcoin, con empresas chinas controlando más del 65% del hashrate mundial, aprovechando costos competitivos de energía y sofisticación tecnológica.   Paradójicamente, aunque Estados Unidos ha sido menos restrictivo, la incertidumbre regulatoria estadounidense continúa frenando una adopción plena por parte de instituciones financieras tradicionales. Esta situación genera una oportunidad única para otras jurisdicciones más abiertas tecnológicamente, como Singapur o Suiza, para captar inversiones significativas en infraestructura blockchain y empresas Fintech .   Desde un enfoque empresarial e inversionista, la guerra arancelaria puede considerarse una oportunidad para revaluar portafolios y estrategias de diversificación. Las empresas tecnológicas, especialmente las Fintechs, tienen la oportunidad de aprovechar la incertidumbre actual para ofrecer productos financieros innovadores basados en criptomonedas. Herramientas como stablecoins , exchanges descentralizados (DEX) y soluciones de custodia tecnológica avanzada pueden ayudar a mitigar riesgos asociados al entorno actual.   Además, el crecimiento acelerado de las finanzas descentralizadas ( DeFi ) ofrece una alternativa tangible frente al sistema financiero tradicional que depende de políticas monetarias centralizadas, que pueden ser vulnerables a presiones políticas y conflictos económicos internacionales.   Sin embargo, es fundamental mantener prudencia. Bitcoin, aunque prometedor, todavía presenta alta volatilidad y riesgos regulatorios en muchos países. No se puede ignorar que cualquier crisis profunda, especialmente derivada de tensiones entre economías tan grandes como EE. UU. y China, podría traer consigo un incremento significativo en regulaciones globales sobre criptomonedas.   En esta guerra de aranceles no existe aún un ganador claro entre EE. UU. y China. Pero desde una perspectiva tecnológica y financiera, Bitcoin y las criptomonedas ofrecen una vía alternativa de refugio y diversificación frente a los riesgos inherentes a conflictos económicos internacionales.   Los inversionistas y empresarios tecnológicos que entiendan y aprovechen esta dinámica estarán mejor preparados para navegar en tiempos de incertidumbre global, consolidando potencialmente a Bitcoin como un verdadero "oro digital" en el siglo XXI. Lo cierto es que Bitcoin representa un nuevo terreno de juego, neutral, global y abierto a todos todo el tiempo. Columna originalmente publicada en eju.tv , rimaypampa , público.bo , IN Noticias , La Razón , Asuntos Centrales , Econom y y EnfoqueNews .

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