En 1990, los pueblos indígenas de tierras bajas inician una marcha por el territorio y la dignidad logrando arrancarle al gobierno de Jaime Paz Zamora cuatro decretos que restituían legalmente los territorios indígenas, entre los que estaban el DS 22610 que reconoce al Parque Isiboro-Secure como territorio indígena de los pueblos Mojeño, Yuracaré y Chimán (TIPNIS).
Hoy la marcha de defensa del mismo TIPNIS, está encabezada por la Confederación de Pueblos Indígenas de Bolivia (CIDOB), organización que representa a los 34 pueblos indígenas de los 36 reconocidos en la Constitución bajo la falsa categoría de naciones y pueblos indígena originario campesinos.
Dicha categoría fue impulsada por el Movimiento al Socialismo, pretendiendo aglutinar a los pueblos indígenas, a las “naciones” originarias y las comunidades campesinas, en una sola categoría para engrosar su base política social e instrumentalizar su uso a través del Estado Plurinacional.
Lo cierto es que los pueblos indígenas poco o nada tienen en común con las “naciones” originarias o con las comunidades campesinas. Si visión del mundo es diferente, y eso solo refuerza la riqueza de nuestra diversidad social, territorial y cultural de nuestro país. Pero para reconocer esta diversidad, se requiere un profundo nivel de tolerancia con el que piensa diferente. Tolerancia que no ha sido precisamente una característica del actual gobierno.
Lo irónico es que en un gobierno que no creyó, no cree y no creerá nunca en la división vertical del poder; en el Estado Autonómico, es en el único lugar en que los pueblos indígenas han avanzado en términos de representación política. En estos niveles subnacionales (gobiernos departamentales y municipales) se les reconoce espacios de representación asociados a su autoindentificación étnica sin tomar en cuenta su proporcionalidad poblacional, que demás está decir es casi insignificante, respetando sus usos y costumbres para elegir a sus propias autoridades.
Un día los pueblos indígenas eran la reserva moral de la humanidad, ahora simplemente son traficantes de tierras y de madera, financiados por el imperialismo gringo, incapaces de comprender las vías desarrollo y el progreso, y a cuyas mujeres hay que enamorar para que accedan a la construcción de la carretera, mostrando un profundo desprecio por aspiraciones y reivindicaciones.
Ayer fueron los obreros que en busca de una justa reivindicación salarial, fueron acusados de contrarrevolucionarios trotskistas. Ahora les toco a los pueblos indígenas que un día fueron la base fundamental del proceso de cambio y del famoso Estado Plurinacional, que ahora se convierten un obstáculo para los intereses de los cocaleros, verdadera base del Presidente Morales.
El dirigente cocalero, logro proyectarse a nivel nacional e internacional camuflándose en su traje de indígena y de avatar chuto, adoptando el discurso reivindicativo de la opresión colonial sobre los pueblos indígenas o los originarios –no se quien en américa se puede decir originario- o finalmente sobre las comunidades campesinas.
Hoy veinte un años después, más de 1,000 hombres, mujeres, niños y niñas de los pueblos indígenas están protagonizando una sacrificada marcha por las mismas reivindicaciones del pasado. ¿Sera que es necesario cambiar todo para que nada cambie?
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